Al margen de que una frase como ésta, de entrada, resulte un tanto cortante, desagradable, bastante incisiva y, por qué no decirlo, hasta impertinente, estoy convencido de que en algunas ocasiones nos hubiese encantado y, de hecho, nos encantaría poder decirle algo así a más de uno y lo cierto es que, aunque por mi parte no esté bien decirlo (y sea políticamente incorrecto), en honor a la verdad tengo que decir que si lo hiciésemos, desde mi punto de vista, no estaríamos nada desacertados.
Si expongo ésto abiertamente es porque, aquí, es importante diferenciar y, por supuesto, no confundir el mal gusto, la mala educación e intromisión en la intimidad con el respeto, la sensatez, el buen juicio y la prudencia que debemos tener como personas adultas, para saber cuál es la línea que marca los límites o que imaginariamente nos separa de la otra persona y que en ningún caso debemos superar. Y, en este sentido, lo que a estas alturas no puede negarse es que son muchas las personas que se empeñan o se concentran demasiado en vivir la vida de los demás cuando en realidad lo que deberían hacer es todo lo contrario y ‘hacer lo propio’ con la suya. Ahí es donde reside el problema.
Precisamente porque eso mismo siempre resulta mucho más sencillo y menos doloroso llevarlo a cabo con los demás que con uno mismo, nos crecemos, nos envalentonamos, nos dejamos llevar y nos aventuramos a hacer todo aquello que, con toda seguridad, somos incapaces de hacer con nosotros mismos.
Está claro que, en estos casos, hablamos de personas tóxicas, vampiros energéticos o sujetos que gozan de unas emociones poco saludables (y nada recomendables), entre otras razones, porque utilizan la vida de los demás como parapeto, y como ‘guarida’ para esconder, si cabe, todavía más la suya o… todo lo contrario, hacer uso de ella para captar la atención de los demás y dar rienda suelta a la necesidades que puedan tener a la hora de hablar de sí mismas. En cualquiera de los dos casos hablamos de extremos y de contextos muy concretos que la persona en cuestión puede tener por diferentes motivos.
No obstante, lo que sí es cierto es que, para cualquiera de ellos, seguiría siendo mucho más llevadero ‘con los demás’ que ‘ella misma’ y digo ésto porque ‘atrevernos con nosotros’ implica algo para lo que muchas veces no estamos preparados o a priori cuesta mucho afrontar como es el hecho de aceptarse y asumir todo lo que ésto trae consigo: situación personal, circunstancias del momento, entorno en el que nos hallemos inmersos, etc. No es fácil y, de hecho, en ocasiones, aprender a aceptarse resulta mucho más difícil que aceptar a los demás.
Entonces, como funcionando de esa manera directamente no se trata de ‘ellos’ cualquier acción emprendida hacia ‘los demás’, desde una posición tan equivocada como esa, naturalmente siempre encontrarán el modo de que quede justificada o planteada como “bien cometida” desde su supuesto “buen critero”. Y, algo así, es fantástico para el que se lo cree y lo realiza de esta forma pero, para el que lo recibe, además de incómodo, resulta bastante molesto y… siendo justos, es algo totalmente comprensible si tenemos en cuenta el hecho de que a nadie le gusta sentirse atacado, juzgado o puesto en entredicho. Es más, tener la sensación de que tu persona (o tu vida) se está viendo expuesta a una opinión de terceros sin quererlo, sin haberlo pedido y sin autorización alguna para ello pues, cuanto menos, es cualquier cosa menos agradable. Además, este tipo de actitudes y comportamientos se corresponde con personas que, ante todo, pretenden o procuran dar lecciones de moral (que ni siquiera emplearían con ellas mismas) y, a su vez, son capaces de creerse con ‘el derecho absoluto o la potestad imperiosa’ de opinar libre e impunemente sobre la vida de los demás.
Evidentemente, presentada la ocasión o teniendo la oportunidad de responder in situ, lo menos que pueden recibir es un “critica mi vida cuando la tuya sea un ejemplo” y, es verdad, porque ya solamente ocupándose de la suya les iría mucho mejor y se darían cuenta de que aquello que dice William Shakespeare de que “es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras” es completamente cierto. Deberíamos prestar mucha más atención a lo que sucede con nosotros y nuestra vida, antes de atender la de los demás y todo lo que tenga que ver con ellos, porque atendiéndonos y (pre)ocupándonos de nosotros mismos mayor sería el desarrollo y ‘puesta en práctica’ de capacidades tales como la tolerancia, empatía, comprensión, paciencia, entendimiento, mesura, buen juicio, sensatez y… tres aptitudes más que sin duda alguna brillan por su ausencia: respeto, aceptación y prudencia.
¿Estás de acuerdo conmigo?