"Los tiempos han cambiado mucho, de eso no cabe duda. Siempre pienso en que el mayor de los problemas modernos es esa patética costumbre de dosificar los afectos.
¡Es que le damos el mismo trato a las personas que a las cosas!
En mi época, las cosas estaban diseñadas para durar. Cuando me fui de casa de mis padres, compré una heladera para que me acompañara toda la vida. Si las cosas se rompían, tan sólo se arreglaban. Nada se tiraba sin motivo, todo podía repararse. Los artefactos, si eran útiles, no se cambiaban por no estar a la moda.
El mundo ya no es el mismo y parece exigirnos tirar aquello que aún sirve. No solo los productos se diseñan con menor vida útil, sino que también, los cambiamos por un modelo nuevo que traiga el cosito que hace no sé qué cosita distinta y novedosa.
Y por supuesto, esta costumbre se fue extendiendo a las relaciones. Veo como los matrimonios se usan y se tiran ante la primera pelea. En casa eso no pasaba.
Cuando algo se descomponía, conversábamos, por horas si era necesario, y evaluábamos los posibles ajustes para poder repararlo. No cambiábamos de pareja por descubrir un modelo más novedoso, ni vivíamos siempre pendientes de aquello que no funcionaba.
Pero ¿quién soy yo para dar clases sobre cómo vivir la vida? A los ojos del resto, soy una anciana sin utilidad".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Podéis comentar y/o sugerir todo lo que os apetezca, siempre manteniendo respeto.